Mestizaje, analogía y
posmodernidad
Guillermo Hurtado
Samuel Arriarán y Mauricio
Beuchot han reflexionado de manera original y profunda sobre el tenor de la
cultura mexicana y sobre su lugar en el complejo sistema informático y
económico global de nuestros días - que algunos llaman la posmodernidad. Es por
ello que estoy agradecido con ambos por sus comentarios a mi ensayo “¿Existe
una posmodernidad mexicana?” (Hurtado, 2004). El diálogo cordial que he tenido
con ellos en años recientes me ha permitido ver estos asuntos con mayor
claridad. En estas páginas quisiera responder a algunos de sus comentarios
críticos y profundizar en la exposición de mis desacuerdos con ambos.
1.- Respuesta a Arriarán
En su artículo “El neobarroco
como filosofía latinoamericana: una posmodernidad alternativa”, Arriarán
sostiene – ante mi opinión de que los filósofos mexicanos debemos construir
nuevas categorías para estudiar la historia y la cultura mexicanas - que las
categorías no salen de la nada (Arriarán, 2004a, p. 84). ¿De dónde o cómo
podemos construir categorías - pregunta Arriarán - desde México? Lo que hemos
de hacer, dice, es adoptar las categorías de la cultura occidental
reelaborándolas críticamente.
Concuerdo con Arriarán en que las
categorías no brotan de la nada. Los seres humanos construimos las categorías a
partir de nuestra relación con la realidad circundante. Por lo mismo, aunque la
filosofía mexicana pueda adoptar como suyas todas las categorías de la
filosofía occidental – después de todo, la filosofía mexicana pertenece a esa
tradición filosófica – también puede aspirar, no sólo a reelaborar esas
categorías, sino a acuñar otras nuevas para explicar de manera satisfactoria su
circunstancia. Sin embargo, puede bastar reelaborar las ya existentes para
adecuarlas a nuestras necesidades. Esto es lo que José Vasconcelos y Emilio
Uranga hicieron respectivamente con dos categorías que ocupan, a mi modo de
ver, un lugar central en la filosofía mexicana: la de mestizaje y la de
accidentalidad. Más adelante retomaré ambas categorías en mi discusión con
Beuchot. Por el momento, quisiera hacer algunas aclaraciones en torno a la
conveniencia de efectuar un trabajo de recategorización en la filosofía
mexicana.
En “Existe una posmodernidad
mexicana?” yo parto del supuesto de que la noción de posmodernidad es relativa,
es decir, refiere a la noción de modernidad. Como intento mostrar allí, hay
varias manera en las que podemos entender qué es la modernidad mexicana y, por
ende, no queda claro qué sea la posmodernidad mexicana. Mi tesis es que la
categoría de posmodernidad no se ajusta del todo bien a nuestra realidad; de lo
que yo no infiero que no puedan usarse en el estudio de nuestra sociedad y
cultura. Lo que sostengo es la noción de posmodernidad fue construida para
interpretar una realidad distinta y que ahí funciona bien – o acaso funcionaba
bien; se ha abusado tanto del adjetivo “posmoderno”, que el concepto ha perdido
mucha efectividad. Es por eso afirmo que los filósofos mexicanos debemos
intentar construir categorías propias que nos sirvan para comprender nuestra
cultura. Y esto no significa, por supuesto, que yo piense que únicamente
debamos usar categorías autóctonas para estudiar nuestra realidad.
Hago una última aclaración: no
encuentro problema alguno con que la categoría de posmodernidad provenga de
Europa. Lo mismo que digo sobre esta categoría lo diría, si así fuese el caso,
de una forjada en algún otro país del llamado tercer mundo. Es por esto que
comparto las reservas expresadas por varios autores acerca del uso acrítico de
conceptos de las teorías poscoloniales en estudios sobre el pensamiento y la
cultura hispanoamericanas. Si bien compartimos con India o Trinidad el haber
sido colonias, nuestra experiencia no es igual a la de ellos (sobre esta
polémica, vid. Castro-Gómez, S y Mendieta, E., 1997).
En otro momento de su texto,
Arriarán sostiene que mis argumentos se basan en una confusión entre la
posmodernidad y el posmodernismo. Si bien estoy dispuesto a conceder que mi
ensayo tiene el defecto de no aclarar qué entiendo exactamente por la
posmodernidad, pienso que el énfasis en la distinción señalada no invalida del
todo mis conclusiones.
Arriarán, Beuchot y yo rechazamos
el posmodernismo – sobre todo en su versión nihilista - por diferentes razones,
pero a diferencia de ellos, yo pienso que la noción de posmodernidad no es muy
adecuada para comprender el presente mexicano. Arriarán piensa que la
posmodernidad es una situación económica y social, objetiva y global (Arriarán,
2004a, p. 89). No tengo inconveniente en llamar así al capitalismo global, pero
aún aceptando que México forma parte de ese sistema global, creo que mi
posición se sigue sosteniendo. Aunque la posmodernidad sea un fenómeno global,
no es igual en todos lados. La manera en la que México se inserta en dicho
sistema, es distinta de la de China o la de Suecia. Lo relevante cada caso es
determinar en qué posición de ese sistema global uno se encuentra. Por eso
mismo, el concepto de posmodernidad debe tener variaciones locales. La
descripción de la posmodernidad mexicana no puede calcarse sin más de la que se
hace de ella en otros lugares. Lo preferible, insisto, sería acuñar conceptos
equivalentes de manera autónoma.
En “Existe una posmodernidad
mexicana?” me ocupé de la defensa del barroco ofrecida por Arriarán y Beuchot
en su libro Filosofía, neobarroco y multiculturalismo. En sus últimos escritos
Beuchot parece haberse alejado del tema del barroco. Por otra parte, la
posición de Arriarán sobre el barroco se ha distanciado de la de Bolivar
Echeverría (cfr. Arriarán, 2004b). Arriarán afirma que el concepto de ethos
barroco está limitado a las condiciones históricas del siglo XVII y que no
sirve para una crítica a la globalización y el neoliberalismo desde América
Latina. La propuesta más reciente de Arriarán, expuesta en el ensayo arriba
citado, es combinar el concepto de neobarroco con el pensamiento de Mariátegui
y la teoría de la dependencia. La nueva posición de Arriarán me parece muy
interesante, aunque creo que todavía tiene que explicarnos mejor como embonan
todas las piezas. Lo que yo preguntaría a Arriarán y a Beuchot es: ¿sigue en
pie su propuesta de la hermenéutica analógica barroca?
2.- Respuesta a Beuchot
En su “Respuesta a “Existe una
posmodernidad mexicana?”, Mauricio Beuchot, afirma que el pensamiento analógico
estuvo presente en los orígenes de la Nueva España y que fue lo que “permitió
la comprensión de la diferencia y lo que evitó lo más se pudo de destrucción.”
(Beuchot, 2004, p. 79). Como ejemplos de lo anterior, Beuchot menciona a Las
Casas y a Sahagún.
Habría que tener cuidado en no caer
en el supuesto de que la analogía sólo tuvo efectos favorables para los indios.
Después de todo, también fue analógico el pensamiento de Juan Ginés de
Sepúlveda, que comparaba, con analogías de proporción, a los indios con bestias
o con infantes y justificaba con ello el dominio español. También es analógico
el pensamiento de Jerónimo de Mendieta, que decía que los indios son “con
respecto a nosotros, los españoles, débiles y párvulos o pequeñuelos por el
pequeño talento que recibieron” (Mendieta, 1971, IV, cap. 39). El razonamiento
de Mendieta no es muy diferente del de Sepúlveda, ambos comparten la analogía
de los indios con niños. Pero mientras que de esta analogía infiere Sepúlveda
que los indios deben ser dominados, Mendieta infiere que deben ser protegidos
(y, por lo mismo, controlados). Esto muestra que no hay analogías inocentes. La
analogía evito la destrucción, sí, pero también la justificó e incluso la
fomentó.
Dice Beuchot: “En realidad lo que
a mí me interesa más es la noción del mestizaje como analogía, o de lo mestizo
como análogo y lo análogo como mestizo. El mestizaje cultural observa una
estructura analógica, es decir, integra a muchos elementos y, sin embargo, no
homogeneíza, sino que, contrariamente, en ese cruce cultural predomina la diferencia..”
(Beuchot, 2004, p. 78). Es cierto que el mestizaje mexicano puede interpretarse
de una manera analógica. Por ejemplo, la jerarquía de castas podría entenderse
de acuerdo con la analogía de atribución y el sincretismo religioso por medio
de la analogía de proporción. Sin embargo, de un tiempo acá he llegado a la
conclusión de que la noción de analogía no es, como piensa Beuchot, la más
adecuada para comprender el fenómeno del mestizaje mexicano. Este mestizaje, me
parece, es en el fondo un fenómeno de tensión permanente, de conflicto latente.
Para entender al mestizaje mexicano no basta la analogía, requerimos conceptos
dinámicos y dialécticos que nos permitan comprender mejor el conflicto que lo
caracteriza.
La noción de mestizaje requiere,
al menos, de dos puntos de referencia. En el mestizaje mexicano los puntos
originales son el español y el indio. Estos puntos son, a mi modo de ver,
puntos de tensión, de conflicto. El mestizo mexicano está a la mitad de una
oposición ancestral, está dividido por sus lealtades y desprecios, por sus
amores y odios. Y a la ecuación binaria original, se añade, desde hace tiempo y
cada vez con mayor fuerza, una tercera variable que no es racial, sino
cultural: la norteamericana. Ya en su descripción del pachuco en el Laberinto
de la Soledad, Paz se había percatado de que el conflicto de amores y odios del
mestizo mexicano se volvía más complejo cuando se le añadía este tercer polo.
El elemento de la migración, es decir, del cambio – exterior e interior –,
subraya, pienso, la necesidad de incorporar categorías dinámicas a una
explicación del mestizaje mexicano.
Si el mestizaje mexicano se vive
como tensión y conflicto, se entiende que algunos pensadores del siglo XX hayan
buscado alguna manera de apagar ese conflicto, de disolver la tensión, por
medio de una reinterpretación conceptual de nuestro mestizaje. Por ejemplo, a
mí me parece que en el concepto de mestizaje de José Vasconcelos, lo que busca,
a fin de cuentas, es eliminar los polos de tensión. Cuando la humanidad
pertenezca toda ella a la raza cósmica, sugería Vasconcelos, entonces habremos
llegado al final de los conflictos – y por eso podemos calificar su propuesta
como utópica. Al no haber razas, ya no habrá comparación entre ellas, no habrá
unas que se crean superiores a las otras, unas que pretendan dominar a las
otras.
En El laberinto de la soledad,
Octavio Paz también nos da una descripción del mestizaje mexicano como un afán
por escapar del conflicto que lo origina. Dice Paz: “El mexicano no quiere ser
ni indio ni español. Los niega. Y no se afirma en tanto que mestizo sino como
abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de la nada. Él empieza en sí mismo”
(Paz, 1994, p. 96).
El Estado posrevolucionario
intentó superar los conflictos del mestizaje mexicano heredados del siglo XIX,
adoptando una concepción del mestizaje que no poco tiene que ver con las ideas
de Vasconcelos y de Paz que hemos expuesto. De alguna manera, lo que se hizo
desde del Estado fue ofrecer un mural histórico en el que la imagen de los españoles
y a los indios iba difuminándose para dar lugar a un nuevo mexicano mestizo
que, gracias a la Revolución, había logrado adquirir un rostro propio - pintado
con trazos fuertes, a la manera de David Alfaro Siqueiros - en el que los polos
originarios quedaban superados. El español, como en los murales de Diego
Rivera, quedaba reducido al gachupín. El indio quedaba reducido, como en el
segundo piso del Museo Nacional de Antropología, a una figura folclorizada o
etnologizada. Y los millones de migrantes que diariamente se transformaban en
otro tipo de mestizos, de mexicanos, estaban simplemente ignorados.
Al entrar en crisis el Estado
posrevolucionario, la doctrina oficial sobre el mestizaje ha entrado también en
crisis. Es urgente ofrecer un nuevo análisis conceptual del mestizaje mexicano.
Como ya dije, no creo que la noción de analogía sea suficiente. Es
indispensable hallar otras categorías. Pero, como diría, Arriarán, ¿de dónde?
Emilio Uranga ofreció, a mediados
del siglo XX, una visión del mestizaje que que todavía podría sernos de
utilidad para que, partiendo de ella, formulemos una nueva. Uranga pensaba que
para el mexicano tanto el hispanismo como el indigenismo eran proyectos
inauténticos (vid, Uranga, 1952a). El mexicano debe asumirse originariamente
como un mestizo, pero hay que tener cuidado con cómo se entienda esta
condición. En una carta abierta a José Moreno Villa, Uranga decía: “Siempre he
juzgado pueril la representación del mexicano como mestizo si por tal hemos de
entender la combinación o mezcla, mitad a mitad, de lo español y lo indígena.
Esta imagen de una balanza justa, en que el fiel se verticaliza por el cuidado
de pesar cantidades iguales o volúmenes de sangre equivalentes, me parece a
parte de un mecanismo grosero y burdo, una manera inelegante de hacerse uno
tonto. Tampoco he juzgado acertada esa otra idea de mestizo como un “tercer
hombre” que hubiera brotado de la superación dialéctica de los términos base,
indio y español. El mestizo es para mí, o la armonía de un balanceo entre las
dos posibilidades de ser, o un salto de una a la otra, en empeño de conejo en
movimiento que, como dice Fray Diego Durán: “nunca permanece en un lugar”. Un
Jano, una desarmonía, signo de una desazón trágica, oscilatoria y pendular”
(Uranga, 1952b).
Uranga rechaza la visión vulgar
del mestizo como mezcla y también la de una superación de las razas
originarias. El mestizo, nos dice, es oscilación entre posibilidades, es
movimiento entre polos, es zozobra lopezvelardiana. Podría pensarse que lo que
dijo Uranga sobre el mexicano hace medio siglo ya no vale para el mexicano
actual. Puede ser… habría que discutirlo. Aún así, yo pienso que hoy en día que
los mexicanos nos encontramos - como en un trapecio - entre dos momentos de
nuestra historia, las metáforas de Uranga pueden servirnos – quizá como un
primer paso - para intentar comprender nuestro peculiar nepantla del siglo XXI.
Bibliografía
Arriarán, S. y Beuchot, M.,
(1999), Filosofía, neobarroco y multiculturalismo, Itaca, México.
Arriarán, S., (2004a), “El
neobarroco como filosofía latinoamericana: una posmodernidad alternativa”,
Intersticios, Año 9, Número 20.
Arriarán, S., (2004b), “Una
alternativa socialista al ethos barroco de Bolivar Echeverría”, Diánoia, Vol.
XLIX, No. 53.
Beuchot, M., (2004), “Respuesta a
“Existe una posmodernidad mexicana?”, Intersticios, Año 9, No 20.
Castro-Gómez, S. y Mendieta, E.
(coord.), (1997), Teorías sin disciplina, Miguel Ángel Porrúa, México.
Hurtado, G., (2004), “Existe una
posmodernidad mexicana?”, Intersticios, Año 9, Número 20.
Mendieta, J., (1971), Historia
Eclesiástica Indiana, Porrúa, México.
Paz, O., (1994), El laberinto de
la soledad, Fondo de Cultura Económica, México.
Uranga, E., (1952a), Análisis del
ser del mexicano, Porrúa.
Uranga, E., (1952b) “Sobre el ser
del mexicano. Carta a José Moreno Villa”, Revista Mexicana de Cultura,
Suplemento de El Nacional, 26 de octubre.
Vasconcelos, J. (1922), La raza
cósmica: misión de la raza iberoamericana, Barcelona.